Cueva de Micolón
Índice Cueva de Micolón
Descubierta en 1976 por un grupo de espeleología y estudiada poco después por M. A.
García Guinea, entonces director del Museo de Prehistoria de Santander, esta cueva es un ejemplo perfecto de santuario paleolítico: un espacio dedicado exclusivamente a la expresión simbólica y espiritual de nuestros ancestros.
Hoy, se puede llegar hasta ella en barca o por sendero, siempre en compañía de guía, partiendo desde Riclones.
Una cueva para la expresión, no para vivir
A diferencia de otras cavidades prehistóricas que funcionaban como lugares de habitación o refugio, la Cueva de Micolón no fue empleada como hábitat.
Los hallazgos arqueológicos en superficie son escasos, aunque relevantes: se ha documentado un buril de sílex y varios nódulos de sílex a lo largo de la galería, que presentan signos claros de haber sido explotados durante la Prehistoria.
Con una morfología angosta, un trazado laberíntico y cerca de 500 metros de desarrollo, la cueva tiene dos pequeñas bocas que se abren a escasos metros del nivel del agua.
Estas características dificultan su exploración, pero también refuerzan su valor como espacio simbólico reservado, alejado de la vida cotidiana.
Un conjunto artístico cargado de simbolismo
La riqueza de la Cueva de Micolón radica en su arte parietal. Se han documentado 22 grabados incisos y varias pinturas rojas, la mayoría concentradas en una pequeña sala cerca de la entrada.
Las figuras grabadas incluyen ciervas, cápridos y símbolos vulvares, lo que sugiere un significado posiblemente ligado a la fertilidad o a rituales de caza.
Las pinturas rojas, aunque menos abundantes, son extraordinarias. Representan dos osos (uno de ellos completo), dos caballos esbozados por la cabeza y la línea cérvico-dorsal, además de varios signos: puntos, manchas y un tectiforme, símbolo típico del arte paleolítico.
También se ha identificado lo que parece ser la cabeza de un bisonte, aunque con menor definición.
Este conjunto artístico ha sido clasificado dentro del Estilo III de Leroi-Gourhan, correspondiente al Solutrense, con una cronología que se sitúa entre 20.000 y 17.000 años antes del presente.
La composición, el estilo y la ubicación de las figuras apuntan a un uso ritual del espacio, reservado para momentos o prácticas de fuerte carga simbólica.