En plena crisis de vocaciones, con los seminarios medio vacíos y las parroquias mendigando curas, el obispo de Santander, Arturo Ros, ha ordenado este domingo a dos nuevos diáconos como si fuesen agua en el desierto. Se trata de Juan José Conde Muela, un cántabro de 24 años de Salcedo de Piélagos, y José Luis García Mairena, de 27, originario de Nueva Guinea y Nicaragua. Dos jóvenes que se convierten en la esperanza de una Iglesia local que envejece a pasos agigantados.
El caso de José Luis es casi evangélico: con solo nueve años y rodeado de selva, sin cura a la vista durante año y medio, le soltó al sacerdote de su primera confesión que él quería ser uno. Así, sin rodeos. Desde 2015 ha cultivado su vocación, formándose en el Seminario Internacional Bidasoa (Pamplona), hasta llegar ahora a Cantabria como diácono, enviado por su obispo nicaragüense. Aunque su familia no ha podido volar para acompañarle, en la Catedral no le faltaron apoyos.
Juan José, por su parte, hizo primero parada en Geografía e Historia en la Universidad de Cantabria, pero los libros y mapas acabaron en segundo plano cuando sintió “la llamada”. Desde 2019 ha recorrido parroquias del Valle de Piélagos, San Vicente, Astillero o Cazoña mientras se formaba en los seminarios de Santander y Oviedo. Ahora ejercerá como co-consiliario en la Pastoral Juvenil, en una especie de misión imposible: hablar de Dios a las nuevas generaciones.
Y como si de una broma con mucho trasfondo se tratase, el propio obispo Arturo Ros despidió la ceremonia con un encargo que parece más desesperado que simbólico: “Desde mañana, os envío a que busquéis vocaciones”. Como quien manda a dos exploradores a encontrar fe en medio de la indiferencia.
Una ordenación solemne que, más allá de la liturgia, deja al descubierto el verdadero drama: la Iglesia sobrevive como puede, y necesita urgentemente nuevos obreros para una mies cada vez más escasa.
0 comentarios