Santander vuelve a vivir un capítulo cargado de tensión política y social. La alcaldesa, Gema Igual (PP), ha declarado que “no va a negar” la reunión solicitada por la Comisión para la Defensa de Mataleñas.
Colectivo que ya ha puesto sobre la mesa 8.000 firmas contra el polémico proyecto del parking de autocaravanas en una de las zonas verdes más emblemáticas de la ciudad.
Las palabras de Igual, pronunciadas con el tono de quien repite un discurso aprendido de memoria, suenan a todo menos a apertura real: “Nunca he negado una reunión y no será esta vez cuando la vaya a negar. Las cosas se pueden explicar muchas veces”, dijo ante los medios.
Una frase que, más que tender la mano al diálogo, parece anticipar otra sesión de justificación política sin intención alguna de escuchar lo que la ciudadanía exige.
Porque la realidad es tozuda: mientras la regidora insiste en que el aparcamiento “seguirá siendo para coches y vecinos”, cientos de ciudadanos ya han llenado las calles clamando que no quieren “un búnker de cemento donde ahora hay árboles”.
El contraste entre las voces de la calle y las declaraciones del despacho es evidente.
Igual trató de rebajar las críticas con cifras y tecnicismos: no habrá “muro de dos metros y medio”, solo se talarán “como máximo nueve árboles” y se repondrán con “119 autóctonos”.
Argumentos que, en lugar de apagar la polémica, alimentan la indignación de los vecinos que temen que Mataleñas se convierta en un escaparate más de promesas incumplidas y obras impuestas.
La alcaldesa insiste en que el nuevo espacio será “reglado, vigilado y de pago”, como si el problema fuera un toldo extendido o una mesa mal colocada. Mientras tanto, lo que está en juego no es un simple aparcamiento, sino el futuro de una de las últimas joyas naturales de Santander.
“Respetamos a quien no esté de acuerdo”, dijo Igual, para acto seguido recalcar que seguirá “dando explicaciones”. Pero ¿explicar qué, si la ciudadanía ya ha dejado claro lo que no quiere? Sus palabras suenan huecas frente al rugido de los vecinos que se sienten ignorados.
Y lo más preocupante: el proyecto se defiende como “consensuado” con la Asociación de Campings, pero en ningún momento se habla de consensuar con la verdadera parte afectada: el pueblo de Santander.
Las asociaciones ecologistas, los colectivos vecinales y miles de firmas parecen contar menos que una mesa de negociación con el lobby turístico.
La escena resulta casi surrealista: mientras la alcaldesa posaba en el Palacio de Festivales para presentar un torneo de balonmano, el debate sobre Mataleñas ardía en las calles. Como si los árboles pudieran esperar a que terminara la foto oficial.
El pulso está más vivo que nunca. Los vecinos de Cueto y los santanderinos que han alzado la voz no piensan rendirse. La Comisión lo ha dejado claro: si hace falta, irán a los tribunales.
Gema Igual, en cambio, sigue atrapada en un guion de negaciones a medias y promesas técnicas, sin atreverse a escuchar lo que la gente lleva semanas gritando: Mataleñas no se toca.
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