Cueva del Juyo
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Ubicada en el fondo de una dolina de acceso relativamente sencillo por una pista asfaltada, esta cueva es mucho más que un simple abrigo de piedra: es un auténtico santuario de historia humana que se remonta a más de 14.000 años.
Poco después, comenzaron las primeras excavaciones bajo la dirección del arqueólogo norteamericano Paul Janssens, aunque fue en los años 80 cuando este yacimiento alcanzó notoriedad gracias al exhaustivo trabajo de Joaquín González Echegaray y Leslie G. Freeman.
Su investigación puso al descubierto una estratigrafía arqueológica de más de tres metros de potencia, con una riqueza de materiales que no ha dejado de asombrar desde entonces.
Un yacimiento del Magdaleniense Inferior excepcional
La mayor parte de los hallazgos pertenecen al Magdaleniense Inferior (entre 17.000 y 14.000 años atrás).
En el vestíbulo se descubrieron varias estructuras prehistóricas superpuestas, entre ellas restos que se han interpretado como una zona ritual, un santuario paleolítico.
Esta interpretación fue respaldada por la calidad y variedad de materiales recuperados: industria lítica, restos faunísticos, piezas de arte mueble (como omoplatos de ciervo grabados), azagayas, punzones, agujas, y abundante material óseo.
Todo esto, unido a la excelente conservación del contexto arqueológico —gracias a que el riachuelo subterráneo discurre por debajo del nivel ocupado—, ha convertido al Juyo en una referencia internacional para el estudio del Paleolítico europeo.
Un viaje a través del tiempo: de la prehistoria a la Edad Media
Lo fascinante de la Cueva del Juyo es que no quedó anclada en una sola época.
Por encima de los niveles paleolíticos aparecieron materiales de la Edad del Bronce, y en una de sus salas interiores se hallaron enterramientos humanos de época visigoda, uno de ellos acompañado por un collar de cuentas de vidrio, lo que confirma su reutilización en la Alta Edad Media (siglos VIII-X).
Además, repartidas por diversas galerías de la cavidad se identificaron manifestaciones artísticas de carácter esquemático-abstracto medieval, como marcas negras, líneas simples y símbolos similares a los documentados en la cueva de Cueto Grande.
Esto refuerza la hipótesis de que el Juyo fue reutilizado de manera simbólica o ritual miles de años después de su ocupación original.
El arte rupestre de El Juyo: simbología y sensibilidad
Aunque menos abundantes que en otras cuevas cantábricas, las manifestaciones parietales de El Juyo destacan por su delicadeza y simbolismo.
En su interior se documentó un équido grabado mediante incisión profunda, junto a un panel formado por dos prótomos casi simétricos: una cabra montés y una cierva, esta última con detalles estriados en el pecho.
Estos grabados encajan perfectamente en el contexto del arte mobiliar del Magdaleniense Inferior.
Otros signos, más esquemáticos, incluyen un cuadrúpedo sin extremidades, líneas verticales y marcas negras en paredes y techos, muchas de ellas realizadas en contextos ya medievales.
Así, la cueva articula un recorrido artístico que abarca más de catorce milenios de historia simbólica.
Una cápsula del tiempo milenaria bajo nuestros pies
Hoy en día, la entrada de la cueva —que actúa como sumidero parcialmente activo— es pequeña y discreta.
Sin embargo, al adentrarse en sus 300 metros de desarrollo, se despliega un laberinto de galerías que zigzaguean entre coladas estalagmíticas y espacios amplios.
Recorrer El Juyo es mucho más que explorar una cueva; es caminar entre los restos de quienes cazaban ciervos, recolectaban mariscos y depositaban a sus muertos con adornos de vidrio.
Su relevancia fue tal que el Museo de Altamira dedicó una monografía completa titulada: “Excavando la Cueva de El Juyo.
Un santuario de hace 14.000 años”, que recoge décadas de investigaciones lideradas por Echegaray y Freeman.