Cueva del Linar
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La Cueva del Linar, ubicada en el término municipal de Alfoz de Lloredo, junto al pueblo de La Busta, es una de las cavidades más extensas y prometedoras de Cantabria, tanto por sus dimensiones como por la riqueza y variedad de los hallazgos arqueológicos que alberga.
Sin embargo, sorprendentemente, es una de las menos conocidas por el público general y también una de las más infraestimadas en la divulgación patrimonial de la región.
Con más de 11 kilómetros de galerías topografiadas, este monumental sumidero presenta un complejo sistema de tres bocas, amplios vestíbulos, un lecho fluvial activo.
Y una carga simbólica y arqueológica que abarca desde el Paleolítico Medio hasta la Edad Media, convirtiéndola en un verdadero archivo natural de la historia humana.
Una geografía subterránea impresionante y multifuncional
La cavidad se abre al fondo de una pradería de siega, junto a un farallón calizo, al pie del cual discurre el arroyo de La Busta, que se sumerge en la primera de las entradas de la cueva.
La boca 2 presenta un gran vestíbulo donde se realizaron las primeras excavaciones arqueológicas, mientras que la boca 3 da acceso a las galerías donde se encuentran los principales conjuntos de arte rupestre.
La estructura interna del Linar se distribuye en varios niveles fósiles y corredores laberínticos, con zonas de tránsito amplias y otras apenas accesibles.
Esta geografía ha permitido múltiples usos del espacio a lo largo del tiempo: habitación, santuario, refugio e incluso espacio ritual.
Todo ello enmarcado en un contexto paisajístico privilegiado que, pese a su importancia, sigue sin ser puesto en valor como merece.
Una cronología que abarca más de 100.000 años de historia
El potencial arqueológico de la Cueva del Linar ha sido documentado desde principios del siglo XX, cuando Hermilio Alcalde del Río identificó restos óseos y un hacha prehistórica.
En los años 50, el equipo de Camineros de la Diputación, bajo la dirección del padre Jesús Carballo, excavó el vestíbulo de la boca 2, donde se hallaron materiales achelenses y musterienses, y más tarde, industria lítica magdaleniense y restos de fauna.
A finales de los años 60 y 70, el Seminario Sautuola y el CAEAP intensificaron los estudios, destacando hallazgos magdalenienses, materiales del Bronce y fragmentos cerámicos medievales.
Más recientemente, el proyecto “Los tiempos de Altamira” impulsó nuevas investigaciones, destacando las realizadas por Ramón Montes, Juan Sanguino y otros expertos entre 1993 y 2004.
En los niveles arqueológicos se han encontrado restos que abarcan desde el Paleolítico Medio y Superior, pasando por el Magdaleniense Superior, hasta evidencias de la Edad del Bronce, época indígeno-romana y Edad Media.
Esta continuidad de ocupación y uso convierte a El Linar en uno de los enclaves con mayor valor diacrónico del norte peninsular.
Un santuario oculto en los recovecos de la roca
Pese a la monumentalidad de su arquitectura interna, los principales conjuntos de arte rupestre se encuentran en galerías pequeñas y de difícil acceso, próximas al vestíbulo de la boca 3.
Allí, en plena oscuridad, los habitantes magdalenienses plasmaron una de las colecciones de grabados más singulares de Cantabria, compuesta por 27 figuras de gran detalle y naturalismo.
Entre ellas destaca una extraordinaria Venus asaetada, grabada con gran precisión sobre una plancha de calcita en el techo de una galería tan estrecha que los autores debieron realizarla tumbados boca arriba.
La figura muestra el busto, glúteos y una línea sinuosa que recorre el torso, flanqueada por líneas curvas y otras figuras animalísticas: cabezas de cápridos, bisontes y una posible liebre.
Grabados anatómicos de carácter ritual
En la galería izquierda, aún más angosta, se localiza un segundo conjunto igualmente excepcional: dos representaciones de vulvas de gran tamaño, cuidadosamente adaptadas a dos formaciones naturales.
Estas estructuras fueron manipuladas con rebajes, pulidos y grabados en su contorno, imitando el vello púbico.
No existen paralelos exactos para este tipo de expresión simbólica, lo que subraya el carácter único de esta manifestación artística en la región.
Ambos conjuntos se atribuyen al Estilo IV de Leroi-Gourhan, correspondiente al Magdaleniense Superior, y constituyen testimonios excepcionales del simbolismo paleolítico, difíciles de interpretar pero con una clara intención ritual.