Cueva del Patatal
Índice la Cueva del Patatal
Su singularidad radica en una única figura grabada que, a pesar de su aislamiento y sencillez, nos transporta a un momento clave del arte paleolítico.
En un entorno rico en cavidades decoradas, esta figura destaca como un testimonio silencioso y preciso del pensamiento simbólico prehistórico.
Acceso
La cueva del Patatal se localiza en una ladera sobre la cueva del Agua, controlando visualmente la salida occidental del valle de Matienzo hacia Sel de Suto.
El acceso se realiza por una pista que asciende desde el fondo del valle y permite alcanzar su amplia boca de entrada, ubicada en una posición privilegiada que domina el entorno natural.
Contexto cronológico
La única representación rupestre documentada en la cueva del Patatal ha sido atribuida al Magdaleniense, concretamente entre los años 16.000 y 12.000 antes del presente.
Esta cronología se fundamenta en el análisis estilístico del grabado, que encaja con el estilo IV de Leroi-Gourhan, característico de las fases más avanzadas del Paleolítico Superior en Europa occidental.
Descripción de la cavidad
La cueva presenta una amplia entrada que conduce a un gran vestíbulo descendente. Desde este espacio principal, una galería secundaria se adentra hacia la derecha, finalizando en un punto colmatado por sedimentos y bloques.
El vestíbulo muestra signos de actividad reconstructiva natural, con derrumbes y acumulación de rocas que dificultan la transitabilidad.
Su configuración sugiere que fue utilizada como refugio, aunque la evidencia material es limitada.
Yacimiento arqueológico
Los primeros registros de la cueva se deben al equipo de Camineros de la Diputación en la década de 1950. Según testimonios recogidos posteriormente, en su interior se habrían encontrado fragmentos de sílex tallado y restos cerámicos, aunque estos materiales no fueron conservados ni estudiados formalmente.
En las campañas posteriores de revisión, realizadas en los años 70 por P. Smith, solo se documentaron algunas esquirlas óseas, algunas de ellas quemadas, que apuntan a un uso humano del vestíbulo, aunque de baja intensidad o duración.
Manifestaciones rupestres
El principal valor arqueológico de la cueva del Patatal radica en su única figura parietal conservada: el grabado inciso de un ciervo macho sin cabeza, atravesado por una azagaya.
Se trata de una representación de pequeño tamaño, pero de gran fuerza expresiva. Está realizada mediante un trazo ancho y profundo, incidiendo directamente sobre un friso de pared muy liso en el fondo de la galería.
El ciervo, figura común en el imaginario simbólico del Magdaleniense, aparece aquí con un tratamiento esquemático pero intencionado.
La presencia de la azagaya clavada en el cuerpo aporta una dimensión narrativa al conjunto, interpretada por muchos investigadores como una representación de caza o sacrificio simbólico.
El hecho de que se haya omitido la cabeza podría obedecer a una convención estética, ritual o incluso a la fragmentación de un panel hoy desaparecido.
En todo caso, su estilo y técnica lo vinculan claramente con otras representaciones magdalenienses del norte peninsular.
Investigaciones y conservación
La cueva fue reconocida oficialmente en los años 50, aunque no fue hasta la década de 1970 cuando se documentó su grabado parietal.
Desde entonces, apenas ha sido objeto de intervenciones arqueológicas, permaneciendo como un enclave semiolvidado en el catálogo rupestre de Cantabria.
Su estado de conservación es razonablemente bueno, gracias en parte a su aislamiento y escasa afluencia, pero también plantea retos por la acumulación de bloques y los procesos geológicos activos en su interior.
Importancia patrimonial
La cueva del Patatal puede parecer discreta frente a grandes santuarios paleolíticos, pero su valor es incuestionable.
Representa uno de esos enclaves donde una sola figura basta para certificar la presencia del pensamiento simbólico en el paisaje cántabro del Magdaleniense.
Su ciervo herido no solo es una imagen, sino un vínculo con los rituales, las prácticas y las visiones del mundo de quienes habitaron estas tierras hace más de 14.000 años.
En un entorno cargado de historia, esta pequeña cavidad se erige como un testimonio esencial de la profundidad y sensibilidad del arte prehistórico.