Partenón griego de Cantabria
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El Partenón griego de Cantabria: un templo neoclásico entre vacas y montañas
Hay sitios que no deberían estar donde están. O al menos eso es lo que uno siente al verlos por primera vez. Vas por una carretera rural, entre prados, vacas y pueblos que parecen haberse detenido en el tiempo, y de repente, sin previo aviso, aparece un templo griego.
Tal cual. Columnas enormes, piedra clara, simetría perfecta. Lo último que esperarías ver en el corazón de Cantabria.
La mayoría lo conoce como el Partenón de Las Fraguas, aunque en realidad su nombre oficial es Iglesia de San Jorge. Pero claro, uno ve ese edificio y lo de “iglesia” se le queda corto.
Porque no parece una iglesia. Parece un decorado de película histórica, algo salido de la antigua Atenas, más que del norte húmedo de España.
La historia de cómo llegó a existir este templo neoclásico en medio del valle del Besaya es casi tan extraña como su presencia.
A finales del siglo XIX, los duques de Santo Mauro decidieron que su finca, su palacio y su influencia necesitaban una iglesia.
Pero no una al uso, no una capilla modesta como las que se ven por la zona. Ellos querían algo monumental. Algo que hablara de poder, de cultura, de un gusto exquisito importado directamente de los libros de arte clásicos. Así que mandaron construir un templo inspirado en los modelos griegos más puros.
Y ahí está. Desde entonces. Rodeado de árboles, con el cielo nublado de fondo y ese silencio de las cosas que parecen desubicadas pero a la vez eternas. En su día fue parte de un conjunto más amplio, un entorno aristocrático que hoy se ha diluido, pero el templo ha resistido el paso del tiempo con una dignidad brutal.
Lo curioso es que no mucha gente lo conoce. No hay hordas de turistas, ni autobuses aparcados, ni tiendas de souvenirs vendiendo imanes con columnas jónicas. A veces hay vacas pastando a pocos metros, a veces no hay nadie en kilómetros a la redonda.
Y esa es parte de su magia. Estás frente a un edificio que parece una postal de otro mundo, y sin embargo estás en Cantabria, a unos minutos de pueblos donde aún se saluda a todo el mundo por su nombre.
Al final, visitar el Partenón de Las Fraguas no es solo ir a ver un edificio raro. Es tener la sensación de haber descubierto algo. Algo que no sabías que existía, que nadie te había contado y que, sin embargo, te hace sentir afortunado de haber estado allí.
Porque hay lugares que impresionan por lo grandes que son. Y hay otros, como este, que te tocan por lo inesperados que resultan.