Santuario de Nuestra Señora de Las Caldas
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Santuario de Nuestra Señora de Las Caldas: arte, devoción y memoria barroca
Un espacio sagrado donde el barroco se convierte en lenguaje espiritual. A un paso del pequeño enclave de Las Caldas del Besaya, resguardado entre montañas y caminos antiguos, se alza el Santuario de Nuestra Señora de Las Caldas.
Este conjunto monástico del siglo XVII no solo destaca por su arquitectura sobria y monumental, sino también por custodiar un valioso legado artístico que ha sobrevivido al paso de los siglos. Entre muros cargados de historia, se despliega una de las colecciones de retablos barrocos más singulares de Cantabria.
El retablo mayor, de gran riqueza ornamental, acoge la imagen de la patrona, una talla del siglo XVI que preside el templo con serena solemnidad.
A ambos lados, los retablos laterales —de estilo churrigueresco— irrumpen con formas recargadas, dorados intensos y una iconografía que trasciende lo decorativo para convertirse en catequesis visual.
El resultado es un diálogo de luces, texturas y símbolos que envuelven al visitante desde el primer instante.
Claustro e historia vivida entre lienzos y paredes
El corazón del recinto lo ocupa un claustro de planta cuadrada, sereno y recogido, donde el paso es eco. Allí se conservan varios lienzos del siglo XVIII que narran escenas de la vida del fundador de la orden, capturando no solo momentos clave, sino también el espíritu de entrega que animó la creación del lugar.
Son obras que combinan el arte con la devoción, funcionando como puente entre los siglos y las generaciones.
Además del claustro, el complejo monástico conserva otras estancias históricas que completan su carácter: el ofertorio, la biblioteca y las antiguas celdas de los monjes, algunas aún marcadas por el uso y la vida interior.
Cada espacio parece conservar algo de la quietud original, como si las paredes aún susurraran oraciones pasadas.
Una joya artística donde lo flamenco y lo barroco se encuentran
Entre las piezas más notables del santuario se encuentra un tríptico flamenco atribuido al Maestro de Santa Gúdula, datado a finales del siglo XV. Su presencia, previa al barroco que domina el resto del conjunto, añade un contrapunto estético e histórico que enriquece aún más el recorrido visual y espiritual del lugar.
El tríptico, con su trazo delicado y su iconografía nórdica, dialoga con el esplendor dorado de los retablos posteriores, ampliando la mirada del visitante sobre la evolución del arte sacro.
Esta combinación de corrientes —la contención flamenca y el exceso barroco— convierte al santuario en un espacio único, donde el arte no es solo ornamento, sino también testimonio.
Un testimonio que nos habla de fe, de arte y de siglos de contemplación.
Herencia barroca junto al valle
Levantado en plena efervescencia del barroco español, este santuario resume en su interior la riqueza de una época en la que la fe se expresaba con exuberancia y teatralidad.
Situado junto a la autovía que conecta con la Meseta, su acceso es sencillo, pero la experiencia de atravesar sus muros invita a una pausa.
Aquí, cada retablo, cada celda y cada pincelada nos devuelve a un tiempo en el que el arte tenía una misión profundamente espiritual: mover el alma a través de la belleza.
En este rincón de los Corrales de Buelna, esa misión aún parece latir.