Cueva de La Clotilde
Índice la Cueva de La Clotilde
Pese a la enorme importancia de sus grabados paleolíticos, esta cavidad ha pasado a la historia no solo por su valor arqueológico, sino también por haber sido objeto de uno de los episodios más lamentables de destrucción patrimonial del siglo XX.
Un lugar que fue pionero en el estudio del arte rupestre de la región y que, sin embargo, hoy solo conserva fragmentos distorsionados de lo que en su día fue un valioso testimonio artístico de nuestros antepasados.
Pero el paso del tiempo, la negligencia y sobre todo los actos vandálicos han desdibujado buena parte de su patrimonio gráfico.
La Clotilde es hoy un ejemplo de fragilidad del arte rupestre en arcilla blanda y del olvido institucional que sufren algunos enclaves esenciales del Paleolítico cantábrico.
Descubrimiento y primeras investigaciones
La cueva fue descubierta en 1906 por Hermilio Alcalde del Río, quien decidió ponerle el nombre de su hija mayor, Clotilde.
Curiosamente, su hija menor también dio nombre a otra cavidad prehistórica de la región, la cueva de Angelita. Poco después del hallazgo, el propio Alcalde del Río y Henri Breuil documentaron las primeras representaciones rupestres de la cueva, centradas en un gran panel de grabados de carácter animalístico.
Estas investigaciones formarían parte de la célebre publicación “Les Cavernes de la Région Cantabrique”, editada en 1911.
Aquel temprano estudio situó a La Clotilde como una de las cavidades más prometedoras de la región.
Los grabados, realizados sobre una superficie arcillosa muy blanda, destacaban por su composición compleja, con animales como bóvidos y caballos, signos abstractos y una técnica singular basada en surcos cruzados. Era un conjunto artístico de enorme valor en el marco del arte paleolítico cantábrico.
Una destrucción sistemática e irreparable
Lo que parecía ser un legado arqueológico destinado a perdurar, pronto se tornó en una tragedia patrimonial. Durante la década de los años 50 del siglo XX comenzaron a aparecer los primeros indicios de daño.
En 1955, el investigador Eduardo Ripoll visitó la cueva y comunicó en el IV Congreso Nacional de Arqueología que una de las figuras había sido tachada con líneas y aspas por parte de visitantes anónimos.
Cuatro años más tarde, en 1959, se produjo el episodio más devastador. El 23 de mayo, un capataz de los camineros de la Diputación denunció ante las autoridades que la puerta de acceso a la cueva había sido destrozada con piedras.
En el interior, los hechos eran aún peores: los grabados paleolíticos del panel principal habían sido prácticamente borrados.
La autoría se atribuyó a un grupo de jóvenes del pueblo, de entre 12 y 16 años. La fragilidad del soporte arcilloso permitió que, con simples gestos, quedara destruido un conjunto de grabados que había permanecido intacto durante más de veinte milenios.
Redescubrimientos parciales y nuevos hallazgos
A pesar de los daños sufridos, la cueva fue objeto de nuevas investigaciones a partir de los años 80.
El Colectivo para la Ampliación de Estudios de Arqueología Prehistórica (CAEAP) realizó revisiones sistemáticas de la cueva y logró identificar nuevos grabados, manchas rojas y restos incompletos de animales.
Se documentaron representaciones adicionales de bóvidos, una cabeza de caballo y varios signos abstractos. También se localizaron algunas figuras apenas reconocibles que podrían interpretarse como felinos, aunque su estado de conservación impide una interpretación precisa.
Además de estos hallazgos rupestres, la cavidad proporcionó algunos materiales arqueológicos que certifican su ocupación en distintas etapas de la Prehistoria y la Historia.
Entre ellos destaca una azagaya del Magdaleniense hallada en el yacimiento del vestíbulo, así como fragmentos de cerámica sigillata de época romana.
Arte rupestre y estilo técnico
El arte rupestre de La Clotilde se caracteriza por su técnica macarroni, en la que los dedos o instrumentos romos trazan surcos sobre una capa arcillosa.
Los grabados presentan un estilo tosco pero cargado de intencionalidad. Las figuras, aunque esquemáticas, muestran detalles anatómicos destacables como los cuernos en perspectiva torcida.
Se han identificado al menos siete bóvidos, un caballo y un posible felino, junto a numerosos signos complejos y abstractos. Una mano negativa en rojo y algunas manchas aisladas completan el conjunto decorativo.
La atribución cronológica de estos grabados ha sido motivo de debate. Henri Breuil propuso una datación correspondiente al Auriñaciense, en los momentos más antiguos del arte paleolítico, mientras que otros autores han propuesto el Gravetiense.
En cualquier caso, se trata de representaciones propias de un momento temprano del Paleolítico Superior, entre 28.000 y 23.000 años antes del presente.
Acceso, entorno y protección
La cueva de La Clotilde se ubica en un entorno rural próximo a la estación de ferrocarril de FEVE en Santa Isabel de Quijas.
Desde allí parte un sendero que conduce hasta la boca de la cavidad, que actualmente se encuentra cerrada y protegida por una verja.
El desarrollo total de la cueva es de unos 200 metros, con galerías rectilíneas y fácilmente transitables.
El acceso original ha sido sustituido por una entrada artificial utilizada en la actualidad. La cavidad presenta dos bocas, pero sólo una es practicable.
La facilidad para penetrar en ella y la blandura del soporte han sido factores determinantes en su progresivo deterioro a lo largo del siglo XX.
Una lección para el presente
La historia de la cueva de La Clotilde debe entenderse no sólo como un capítulo trágico de destrucción patrimonial, sino como una lección para el presente y el futuro.
Hoy más que nunca, la protección del arte rupestre exige una vigilancia activa, una divulgación rigurosa y una política firme de conservación. No podemos permitir que otras cavidades, igualmente frágiles, sufran el mismo destino.
Aunque lo perdido es irrecuperable, lo que aún queda merece ser protegido con todo el rigor científico y administrativo posible.
La Clotilde fue, es y será un símbolo de lo que fuimos capaces de crear y de lo que también fuimos capaces de destruir.